Redescubriendo PRADOREY

En la localidad burgalesa de Gumiel de Mercado se asientan la Bodega y Viñedos Pradorey, que llevan desde 1996 cambiando sus propias normas.

La reina Isabel la Católica se enamoró de la finca de Ventosilla en Aranda de Duero y la hizo suya en 1503. El mismo ojo ‘romántico’ tuvo Javier Cremades -ingeniero agrónomo- en 1989 (con 65 años cumplidos), quien se lanzó a crear la bodega que siempre soñó y empezó a plantar las 200 primeras hectáreas de un viñedo que produjo su primera cosecha de tinto en 1996.

Es entonces cuando comienza la andadura de Pradorey, una firma sólida que ha ido construyendo su nombre a base de calidad, innovación y valentía. Ellos sentaron muchas de las bases de lo que es hoy en día pero lo hicieron para después romper los moldes (introdujeron la categoría Roble en España, por ejemplo).

Se atrevieron a plantar viñedos en latitudes consideradas imposibles en su día, renovaron la tradición de los claretes de la zona, dejaron incolora a la uva tempranillo, ‘juegan’ con las criaderas y soleras…

En su afán por seguir mejorando, evolucionan hacia el viñedo ecológico, 100% sostenible y autogestionable, prueban variedades experimentales. Confían en que, como bien dice su director general Fernando Rodríguez de Rivera Cremades, su mejor vino aún está por llegar porque la innovación y el aprendizaje continuo forman parte de su ADN y estrategia corporativa.

Han sido muchos años en ‘silencio’, sin saber de la marca más que el hecho de que podíamos seguir disfrutando de sus vinos, pero igual que pasa con los niños, cuando no hacen ruido es que algo traman…

Allá por 2014 empezaron un cambio radical, su segunda revolución enológica, e incorporaron la crianza en tinajas centenarias de barro que dan a cada vino una personalidad y un crecimiento único fermentando con levaduras autóctonas; y comenzaron a ‘escuchar’ cada parcela de sus 9 pagos, a dejar que el terruño marcara la identidad de cada botella.

Hoy, de sus 565 hectáreas -toda su producción es de viñedo propio-, 150 se dedican a los vinos de finca, diseñados para gustar. Siguen evolucionando y mejorando los tintos, pero están igualmente ilusionados con el potencial de los rosados y blancos de guarda, porque buscan sacar el máximo de su privilegiado viñedo, pero caminando a la contra, por carreteras secundarias, haciéndolo todo al revés.

En Pradorey se sienten libres de crear, de equivocarse, porque como bien apunta su director general, “de cada error hay aprendizaje”.

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